PRIMER ARDOR

24.02.2016 17:43

Bienaventurados los que recuerden con nostalgia su primer beso,

porque ellos herederán el reino del vacío existencial.

San Valentín 66:6              

 

Oh, sí, aquel primer (ardor) amor.

Qué guapa y joven eras. Bueno, joven, porque guapa, en plena adolescencia, pues no. Pero acuérdate del verano y acuérdate de tu piel: la piscina-municipal- estaba allí al fondo, tras tus piernas lisas, brillantes y perfectamente bronceadas. Depilarse era una opción, la dieta y el deporte, una leyenda urbana. El agua azul se reflejaba en tu mirada, tornándola verdosa; los codos apoyados sobre la toalla, la melena húmeda recién cortada para un verano que parecía siempre mucho más largo, el césped perlado como tu carne canela, detrás.

Estás mojándote sin querer los labios pensando en que esta noche os veis en ese concierto de julio, en ese concierto del inicio de la vida, en ese concierto que años después te representaría en un anuncio infecto de Estrella Damm, donde irán todos tan espléndidos y radiantes como tú, y estás pensando en lo difícil que será hablar al principio, y en cómo os miraréis mientras tanto, la de veces que te delatará la sonrisa hasta que un par de copas propicien el acercamiento -porque sabes que de esta noche no pasa- y por fin os besaréis, sabrás lo que es besar a la persona que más deseas (o algo así).

La sola idea te da el empuje para mañana levantarte a las 4. Tu primer beso, ese que nunca olvidarás.

Para tu desgracia, tronada.

Te estás viendo ahí, irresistible, morenaza de carne tersísima y boca irresistible, porque han pasado 20 años, so mema. En aquel momento te sentías una auténtica retrasada, adefesio e insegura y lo sabes, y madre mía lo rossypalmiano que era el puto cabrón que iba a llevar el honor de ser el primer ser al que besarías, para siempre, en un conciertucho donde nos reunimos todos los matados del pueblo. Al pobre le gustabas muchísimo*.

*no había conocido hasta el momento a nadie más salido.

Y él a mí claro*.

*Tenía más ganas de montarme una película que una portera con contrato fijo.

Llegó la noche, y no.

No íbamos todos de blanco con sombreros de paja un poco alegres dando vueltas sobre nosotros mismos, luciendo sonrisas mentoladas y blanquísimas.

No, no estábamos cerca de la playa, ni siquiera dentro de la piscina municipal. La única agua que había era la de los baños: roñosos, sin cerrojo, con arañas gigantes en las esquinas, y salía marrón, marca Barcelona, que por algo es la más cara.

Y sin embargo, desde el ahora, puedo recordar la brisa de esa noche provocada por el tomillo de las grutas cercanas, el olor a aftersun de marca flotando como denso humo en un lugar cerradísimo, embriagándonos a todos de frescura, esperanza, joie de vivre, y vernos a todos en perspectiva deseabilísimos.

La edad y la sensación de fracaso son los mejores psicotrópicos del mundo.

Para empezar, no recuerdo una mierda cómo íbamos vestidos, pero teniendo en cuenta que eran los 90, hazte una idea. También es difícil que lo recuerde, porque el pedo que pillé fue histórico, por no decir penoso, por no decir qué puta lástima. De los que tocaban en ese ensayo de aficionados con instrumentos baratos casi recién estrenados llamado concierto, ni me hables, pero creo que venían del pueblo de al lado, así que fijo que pagaron ellos por venir.

Este era el inolvidable escenario que me iba a tocar a mí de por vida como recuerdo de mi primer beso. Pero no importaba, porque pese a la cantidad de vino Don Simón que bebí, seguía en pie. Y ahora que lo recuerdo, me dio tiempo a beber tanto porque ese cabrón salido de un internado (y nunca mejor dicho) vino tardísimo. Tambaleándose.

Aquellas miradas preliminares al beso más increíble de nuestras vidas apenas quedaron en un saludo furtivo de dos besos con fuerte aroma a alcohol sidoso. Si bien estábamos rodeados de amigos del pueblo no recuerdo una sola cara, y ni falta que me hace: la gente del pueblo siempre te recuerda a ti.

Sé que yo estaba apoyada en una barra blanca desconchada desde los 70, porque ese espantoso recinto al aire libre no tenía asientos, sólo escalones de cemento, con un vaso de plástico medio lleno de ese brebaje calentucho que aún sigue petándolo en los Sanfermines, y recuerdo que tan pronto nos saludamos como que ya no estaba allí.

Podría de nuevo, gracias a los años y la sensación de fracaso, vislumbrar aquel instante como una danza armónica de dos cuerpos trémulos que se acercan lentamente mientras se miran con sorprendente ardor, temor, curiosidad y deseo por vez primera, abocándose sin remedio a chocar sus labios turgentes, refrescantes y mojados, en un rincón solitario donde llega la música como ecos que salieran del mismo suelo para acompañar nuestro magnetismo, a punto de experimentar la eclosión multicolor y emocional más reveladora de sus vidas, para abrir paso al universo más irracional del mundo: el de enamorarse (enchocharse).

Pero no hay fracaso suficientemente abismal para redecorar esa vergüenza.

Cuando recobré el conocimiento, o lo que las lagunas de aquella borrachera no borraron para mi mala suerte, estaba en una calle cercana al colegio, bastante apartados de aquel infame concierto. Supongo que él me llevó hasta allí en silla de ruedas.

Lo que tampoco me explico es cómo ni mi destino tuvo a bien enlagunar lo que de pronto se metió en mi boca e hizo que despertara de mi letargo con un primer plano de unos ojos faraónicos enormemente psicopáticos: Un trozo de carne con sabor a sobredosis de Lucky Strike, áspero como un puñado de arena de playa a la par que profusamente baboso. Penetró mi boca y empezó a moverse sin sentido por allá dentro. No puedo decir que me ahogaba porque el punto casi etílico es con lo poco que tuvo misericordia en mi memoria aquel pedal, pero el caso es que aquello, más que joie de vivre, me dio ganas de llorar, por más que yo intentara seguir el ritmo de aquella lengua ansiosa, estresada, loca.

Como la noche estaba predestinada a alcanzar sus más altas cotas de patetismo, en mitad de esa ruinosa faena donde probablemente lo que se proyectaba eran dos jóvenes absorbiéndose el alma sin sentido como demonios, apareció sonriente y sorprendida una amiga de clase que me tenía por modosita, para que, junto a mi, alguien más para siempre retuviera en su cerebro mi primer beso. ¿Qué hacía yo con los ojos abiertos vigilando la calle? Cualquier cosa después de aquello fue progresar.

 

Y bien, ¿qué quiero decir con todo esto? Pues ni puta idea.

Recomiendo que sigáis añorando como neuróticos aquellas sensaciones tan vivas y taradas de vuestro primer amor (aunque en verdad fuera el tercero), cuando erais totalmente gilipollas (como ahora pero un poquito más) y sólo queríais parecer otros. Que las comparéis una y otra vez con la serenidad y confianza de vuestra relación presente. Como es mayormente previsible, también, hacedle muchos ascos, amargaros porque sí. A esto de estar compartiendo gustos en común ni puto caso. Si no sentís cada vez que le besáis un volcán de lava, pasad a otra cosa, rápido.

Hay que sentirse muy desgraciados porque ahora nos conocen tal como somos -unos peleles con pretensiones- y aún así quieren estar a nuestro lado hasta cuando amanecemos hinchados y con olor a zorro.

Sí, ya sabemos que en la proyección y la mentira todos ganamos, pero aquí abajo, en el barro, sucios, sin control y desconcertados, muy pocos nos van a seguir viendo, pese a todo, como quieres verte tú: como en la piscina municipal al principio de aquel verano.

Adelante con que lo efímero gane a la realidad.