SED BUENOS

18.03.2015 18:07

 

 

Como es evidente, no sé muy bien de casi nada. Pero si hay algo que me inquieta son las buenas personas, o mejor dicho, las que van diciendo ante desconocidos que son buenas personas. Como que no he conocido una buena persona después de que se haya autoproclamado como tal, especial cuidado si lo dice en grupo. Vamos, que es oírlo y desconfiar. Y ojo con desconfiar y con decirlo, porque eso ya en sí es de mala persona. Es de retorcida y mal pensada, de laberinto cerebral intrincado y negro, de niebla siniestra y cielo apocalíptico. De que de ahora en adelante te miren todos con recelo, te la metan bien doblada, te tengan por bruja que contacta con los muertos, pero no cualquier muerto, con Hitler o la mujer de Franco, o peor aún: Antonio Molina (no sé qué he querido decir con eso pero adelante yo). Pues jódete, que te lo has buscado por ser sincera. Y eso sí que es de mala persona.

¿De qué vas diciendo lo que piensas o mostrándote como eres sin sonrisa de por medio? Puta desfasada de mierda. Muerte a la coherencia lenguaje verbal con el corporal. La sinceridad es para los sintecho, o para los alcohólicos (tanto monta), o para los suicidas, que ya puestos les importa todo un pepino, pero una persona como debe ser, bien cuadrada en su contexto social, sensible a las expectativas de los demás, a tope con buscar el norte dónde otros lo fijan, implicada con los complejos ajenos, en búsqueda permanente del bienestar en la aprobación de los otros y con más intereses que un agente de bolsa, NO ES SINCERA, atontada. Nunca dice lo que piensa de alguien que cae bien a la mayoría a menos que se haya asegurado que no hay nada en juego. Y por supuesto, nunca dice que desconfía de las caras angelicales cuyo demonio se asoma debajo de tanta simpatía y generosidad. Es más, en su vocabulario está el decir que es alguien muy confiado, que todo el mundo le parece bueno hasta que demuestra lo contrario, que no tiene intuición para esas cosas, que es que “ay! Soy tan despistada y voy tan a lo mío…” Y un truño que te comas, "a lo tuyo". Pécora.

Normalmente el proceso que sigo es el de fijarme en aquellas que parecen descarnadas, duras, incluso antipáticas, esas que en un momento dado pueden decir de el más agradable entre la multitud que le da mala espina. Si te mete una voz de vez en cuando, la has maldecido varias veces y dicho por dentro "cerda estúpida", y anda con cara de no haber cagado en días, mejor que mejor. Sí, lo asumo, a mi también de entrada me entran ganas de vomitarles encima, las pongo verde en cuanto se dan la vuelta, pero al final siempre pienso que debajo de toda esa fachada hay un cachorrito lleno de garrapatas, sarna y miedo, anhelando amor. Así que mientras las pongo de vuelta y media las observo, esperando el momento de vulnerabilidad que confirme mi teoría. A veces las cabronas tienen tanto miedo y bichos que no hay manera de verlo y a la hoguera con éstas, pero en la mayoría de los casos, con paciencia, acabas viendo como se les va cayendo a cachos el mal genio y aparece una persona sensible, divertida y bondadosa. (Advertencia: Esto no es una oda a mí misma).

Lo que tienen las malas personas, es que son imprevisibles, te hacen sentir incómodas, en cualquier momento te pueden mostrar algo de ti que detestas, desconoces, o incomoda. Vamos, que puedes enriquecerte con ellas, crecer y evolucionar y eso sí que no, eso es un puto coñazo. Aquí lo que importa es pasarlo confortablemente, que esto es muy corto, da igual si después de una conversación con una buena persona te sientes con más frío que durmiendo sin ropa térmica en las montañas de Alaska, y más incomprendido que uno con Síndrome de Tourette haciendo de maniquí estático en un escaparate de Paseo de Gracia. Porque como su misión es que no te muevas del sitio, a ti ya te está bien.

Así que adelante con juzgar a la ligera y no dar ni una oportunidad.